Reportaje de Gonzalo Bueno
Salimos de Anchorage con las motos al pelo a comenzar el regreso y desenvolver el ovillo que hemos armado.
Regresar por la misma ruta, a pesar de haber sido maravillosa, es a veces desalentador, por tener ya una consciencia exacta de lo largo y agotador, en ciertos casos. Además, habíamos querido siempre llegar a uno de los lugares mas famosos entre motociclistas y una de las metas a cumplir para sentirse graduado en este gremio: The Top f the World Highway.
Con este despampanante nombre se conoce una carretera, del lado canadiense, que algún día pudo haber sido la mas alta (latitud norte) en el planeta, pero que hoy aunque ya no cumple con aquella característica, conserva su nombre por su fama y sonoridad. Es la frontera alta entre Alaska y Canadá, con un paisaje de montañas magistrales, enormes. Nos hizo un día soleado único, ofreciendo una visibilidad de profundidad sin límites.
Lastimosamente para nuestras expectativas, hay fauna cero. No venados, no cabras, no caribús, no alces, aunque frecuentemente los anuncian. Las montañas no son muy altas, están entre los 1.200 y 1.500 msnm. Tiene largos trayectos sin asfaltar, que es el atractivo para muchos americanos y europeos que vienen permanentemente a recorrerla, pero en el caso nuestro que conocemos verdaderas trochas sin pavimento y en particular en un día sin lluvia, ese destapado parecía una autopista.
Pasamos por el simpático pueblo llamado Chicken, antigua mina de oro, donde en minutos se reunen alrededor de tres casitas de atención al turista, montones de moteros de todas partes del mundo. Uno de esos tres lugares se inventó una particular forma de decoración: los turistas, motociclistas en particular, van dejando alguna de sus pertenencia colgadas en el techo y las paredes. Unos guantes quemados, cachuchas, camisetas, por montones, cuelgan del techo y paredes.
Cuando empezamos a descubrir y detallar que algunas moteras tambien han dejado sus “cucos” y brasieres, nos sacó María Paula con un “Asqueroso, vámonos!!”. Aun así, les dejamos nuestra huella en forma de calcomanía.
A la mitad del camino, en medio de la nada, encontramos la aduana canadiense, que en este remoto lugar es muy amable. Oficialmente es el tramo canadiense de esta carretera la que recibe el mítico nombre.
Al finalizar se desciende al valle del río Yukon, el cual hemos encontrado por todos lados muchas veces, y llegamos al especial pueblo de Dawson City.
Conservando la arquitectura del inicio de los años 1.900’s , aun en las casa nuevas, es un pintoresco pueblo de mineros buscadores de oro.
En el rio aun navega para turistas un barquito de rueda lateral con paletas, el “Saloon” tiene sus puertas batientes de donde pueden salir, en cualquier momento, un par de pistoleros huyendo de una gresca, hay unas niñas-malas que nos llaman sugestivamente desde un segundo piso…
Conocer este pueblo justifica en buena parte el esfuerzo de llegar hasta acá.
Bueno las cosas pintan mejor… menos frio…menos moscos?? que a la subida… los estrañanos el sabado se perdieron de una buena parranda..
Cariños
marta
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Excelente, que parte tan bonita del viaje esta…
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