Autor: Ramiro Araujo Segovia
«La vida no es la que vivimos, sino como la recordamos para contarla» Gabriel García Marquez.
En la madrugada del 2 de mayo del año 2023, Jesús Sarabia se bañó, se arregló meticulosamente, como siempre, desayunó, se echó loción Roger Gallet, se despidió de su mujer y salió a prender el camión cisterna con el que, desde hace más de 15 años, todos los martes, recoge las vísceras de pollo y otros desperdicios grasientos de la fábrica de pollos “Pio Pio SA” -OPIOSA- para entregarlos, después de montaña arriba y montaña abajo, en la fábrica de alimentos para cerdos “CERDOSA SA”. -SAS- El camión tiene sus años, pero funciona muy bien porque se le hace el mantenimiento según las instrucciones de fábrica.
Revisó los medidores de presión de la cisterna y todo estaba en orden. Jesús se jactaba ante sus amigos y parientes de que, aunque lo que él transportaba era hediondo, la cabina de su camión siempre estaba impecable y olía a lavanda; “porque una cosa es la carga y otra el estilo del conductor”
Por su parte, Valero y Grosnik, motociclistas y aventureros, también de madrugada, salieron rumbo al río Magdalena para, en una población con refinaría de petróleo, pasar la primera noche de un viaje hacia la Costa Atlántica. Les gusta superar obstáculos en vías sin asfaltar y ocasionalmente, superar tramos de barro.
El destino tiene sus cosas y sucedió que, a medio camino de su segunda jornada, los motociclistas tuvieron que salir de la ruta planeada, retroceder sustancialmente y emprender una ruta totalmente nueva, agregando unas 5 horas a su viaje. Por supuesto, ellos no lo sabían, pero el incidente les haría cruzarse con Jesús y su camión cisterna en algún punto de las montañas; Jesús había pernoctado en un pueblito solo por compartir con un familiar que hacía tiempo no veía y, por tanto, estaba recorriendo también su segunda jornada.
En resumen, podríamos decir que Valero y Grosnik tendrían que, en cierta forma, compartir de una extraña manera el destino con Jesús. En el kilómetro 10 vía arriba Jesús notó que el indicador de presión de la cisterna marcaba cero, es decir, se había dañado. Cuestión de hacerlo revisar cuando regresara a la base. Al cabo, nunca había tenido incidente alguno con la cisterna, aparato de gran calidad, fabricado en Cleveland Ohio, USA., pensó sin mayor profundidad, como quien simplemente cambia de canción en el radio.
Por su parte, los motociclistas iban en lo suyo, un par de paradas para abastecerse de gasolina, conversaciones con algún familiar gracias a adminículos de alta tecnología incorporados a los cascos y, diríase, gozando pacíficamente del paisaje y la carretera.
Pero en el kilómetro 15 vía arriba, Jesús escuchó un sonido como de agua hirviendo dentro de la cisterna, se aparcó al costado de la carretera en el espacio apenas justo que hacía de patio frontal de una casa desvencijada en el costado opuesto al que él traía según la norma de circular por la derecha. Bajó del camión, examinó rutinariamente el exterior y decidió subir a examinar las escotillas superiores. No alcanzó a quitar la segunda clavija de seguridad cuando se vio flotando en un sueño pesado y nauseabundo, según habría de recordar, arrastrado por una catarata de rocas ásperas que le martillaban los huesos a través de un túnel sin fin en el que perdía el aire para morir ahogado.
Valero y Grosnik no escucharon la explosión, empezaban a descender y, llegando a la tercera curva, normal, ni muy abierta ni muy cerrada, vieron un camión amarilloso y un gran barrizal que cubría la carretera, un pequeño furgón y algo así como un campero taxi cuyos pasajeros, unos todavía adentro y otros recién descendidos gritaban: “¡explotó el carro picho!”. Pero no entendieron. Simplemente vieron que había un gran barrizal y otro trancón de los tantos que se forman en estas carreteras tan delgadas y frágiles, mediocres como medios de comunicación, como casi todo en un país a medio hacer. Un tramo de barro nunca los ha detenido, así que concentración, aceleración apropiada y adelante. Pero no todo es siempre tan fácil, y al hundir las llantas en 40 centímetros de grasa y despojos empiezan a caer sin contemplaciones. Valero es arrastrado hacia el exterior de la curva y es detenido sin mayores contratiempos por el doble troque de un camión que ya esperaba que el asunto se desarrollara, pero Grosnik, por alguna extraña razón, vio cómo su enorme motocicleta se le salía de las piernas y navegaba hacia la parte baja de una enorme tractomula, mientras él, siguiendo ese mismo curso era arrastrado hacia la garganta de un enorme cerdo en cuyo estómago era recibido, para mezclarlo con el reino de las tripas y la bazofia.

Colaboración e Ilustración del maestro Luis Vargas
Jesús agonizaba a causa de unas tripas atoradas y a su vez, Groznic se asfixiaba melancólicamente por un exceso de grasa entre la nariz y el esófago. Cuando tropezaron en aquella zanja, ambos recuperaron algo de conciencia y vomitaron juntos abrazándose de felicidad mientras expulsaban y volvían a ingerir, sin quererlo, hilachas de tripas, pellejos, tráqueas y otras menudencias en una oscuridad de gasolina y vidrios.
Al fin alguien escuchó sus gritos y apareció una manila salvadora que los fue jalando y guiando hacia la luz. Se sentaron como niños que juegan en la playa, aunque en vez de la espuma del mar fueran la grasa y los intestinos de ocho mil pollitos los que llegaba a sus pies. Cada uno soñó que dormía y murmuraba.
Ahora dormiré sin melodrama, todas las palabras sobran. El ruido es tambor que retumba sin ritmo ni cordura. Solo se siente el nudo del ahorcado y su mirada sin ojos.
En la carretera sueña la chicharra y el calor anula la esperanza. Media llanta calcinada es testigo de motores y de efluvios pordioseros. Un plástico, dos tornillos, un cubículo sin espejos y se anuncia una explosión.
La poesía del volcán, la repetición en una caja de bebidas, nada es para un canto de arreboles, ninguno mira al cielo. En la carretera todo es ordinario y plebe como el asfalto, como la piedra fuera del rio.
Se anuncia un asqueroso huracán de podredumbre del cual no habrá consuelo. Revientan 10.000 polluelos de vísceras aglomeradas, pescuezos sanguinolentos, intestinos rechazados, mierda seca, moco, ácidos gástricos, mollejas pastosas, hígados, y hasta culos que no vieron huevos podridos.
La explosión recuerda un reposo repelente y apocado, como un pedo de Zeus, si los dioses no hubieran corrido aterrados; para la humanidad engranada en vehículos de acero el paisaje es de color pastel con variaciones de grasa desgraciada y todo les parece de graciosa fetidez.
Ya ni siquiera dicen los niños pio pio y nadie abraza a la gallinita. Que solo la quieren por fuera, por la frescura inocente de sus plumas y su piquito y su simpático caminar.
Mas ahora, porque es grasa, porque es inocencia en combustión, porque es el olor de la placenta que nadie quiere, ahora ya nadie dice pio, pio, pio. Solo huyen y se quejan y les hablan con bárbaros insultos. No hay pues belleza en una explosión de pollitos y los monstruos hastiados rechazan sin donaire la esencia y el aroma ¡hipócritas! ¡desalmados!
Una capa de cincuenta centímetros de intestinos purulentos, de bazofia clandestina para el cerdo, para los puercos, para los marranos. Todo lo quieren limpio, delicado en sus mesas de manteles de lino y cubiertos de plata y conversaciones bautismales. Pero ¡oh! Que no quiero ver mil pollitos reventados y podridos, que esta es la suerte del cadáver insepulto ¡desgraciados!
Revolcarse en el infierno dicen, zaheridos y sin Roger Gallet ¡se le olvida al ángel que sus pies se impulsaron desde el estiércol lisonjero! Todo queda claro: ser patico cuac-cuac, un lindo coala, un bello guau-guau, todos los quieren acariciar y la foto y el lindo perrito y el lindo pollito. Pero no a la cucaracha porque el amarillo revoltijo de sus entrañas les recuerda la mierda de la serpiente. Huyamos entonces de la escena que el carro picho generó. Se explotó y nadie festeja el bellísimo pedo de inconmensurable tonelaje, solo porque el camión, como toda barriga, tuvo un retorcijón.
Las tractomulas resbalaron, los motociclistas dieron sus brazadas y volvieron a caer y después al cura agua bendita le rogaron. Nadie, ninguno, dijo pio pio linda gallinita sin plumas. Se prefiere el plato de mondongo y su rugoso pelambre interno, pero se rechaza el bello y rudo canto de un pedo sublime y multitudinario en una carretera que ahora, por desprecio, solo llaman terciaria y pedorreica.
Jesús y Groznik no recibieron el caldo de menudencias que les ofrecieron las enfermeras en la clínica Serafines de Landázuri, ni el pollito al vapor ni la deliciosa carnecita con cebolla. Casi no comieron, ni charlaron. Solo se recuperaron un par de días después y cuando los dieron de alta se vieron el uno al otro como eran. El uno con su corbata delgada y algo vieja y el otro con su gruesa chaqueta de motociclista, desinfectadas en la lavandería hospitalaria. Hasta luego don Jesús, hasta luego señor Groznik.

Aunque le faltó un corrector de errores tontos de digitación, el cuento es excelente y la metáfora brilla a todo lo largo de la narración . Me encantó el principio !!!Brillante !!! Me cansó un poco ya después de la explosión, pues se dedica a hacer la apología del tripamen y del cagamen y se le olvida describir la suerte (???) de nuestro personaje Valero. Jesus Sarabia y Groznik se convierten en los personajes únicos y centrales después de la explosión, se asfixian, agonizan, vomitan y logran sobrevivir con ayuda hospitalaria. Pero Valero desaparece.
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Gracias, hermano. Buenas anotaciones.
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